El que cree en mí, jamás tendrá sed - Juan 6,24-35
La gente entusiasmada
por el milagro del
pan va en busca de Jesús.
Cuando lo encuentran en
Cafarnaún, le preguntan
“maestro ¿cuándo has
llegado aquí?” Estaban
desconcertados, creían
que podían dominar con
cierto espíritu posesivo
la “identidad de Jesús”,
pero evidentemente, él
se les escabulló. Jesús les
dijo: “ustedes me buscan
no porque vieron signos
sino porque han comido
panes y se han saciado”.
Estos hombres de Galilea
no han sabido percibir en
el don del pan sobrante
el signo de un alimento
distinto que hay que
buscar, el que permanece
para vida eterna y que
dará el Hijo del Hombre.
En la tradición judía
el alimento que da vida
puede significar la palabra
de Dios. De hecho, el
maná que el pueblo recibió
tras la gestión de
Moisés y comió en el desierto
pasó a significar
simbólicamente la ley
que viene del cielo. Por
eso, los interlocutores de
Jesús, aceptan el desafío
de no procurarse sólo el
pan terrenal sino de preocuparse
también por la
observancia perfecta de
la ley. Recogiendo el verbo
“obrar” utilizado por
Jesús preguntan cuáles
son las obras que agradan
a Dios. Para Jesús,
la única obra que hay
que realizar es “creer en
el enviado”. Ellos están
dispuesto a creer en él,
pero con una condición:
que manifieste su misión
por medio de un signo
proporcionado: ¿qué
signo haces? ¿Cuál es tu
obra? Están dispuestos a
creer en Jesús pero quieren
saber cuál es su pretensión.
Qué es lo que
pretende el enviado de
Dios. Ellos están seguros
que sus antepasados comieron
el maná en el desierto,
el pan bajado del
cielo. Ellos fundamentan
su fe en Dios en el don
del maná (ley dada por
Dios) a través de Moisés,
pero se cierran a toda
revelación por venir,
viven anclados en el pasado
y en sus tradiciones.
Para Jesús es el Padre el
que da el verdadero pan.
El don que Dios da hoy
es el “verdadero pan”, el
que realiza lo que estaba
figurado en el maná
y las promesas de la Ley.
Es el pan que da Vida al
mundo, no sólo a Israel.
Entonces, ellos le dicen:
“Señor, danos siempre
de ese pan”, es decir, la
ley verdadera que da vida
a sus existencias para
siempre. Jesús responde:
soy yo ese pan que
desean recibir. “Soy yo el
pan de la vida. El que viene
a mí no tendrá jamás
hambre, el que cree en
mí no tendrá sed jamás”.
Los que reciban a Jesús
pan de Vida quedarán
plenamente satisfechos.
Con Jesús los tiempos se
han cumplido, los que viven
en comunión con él
son colmados, reciben la
Vida en plenitud.
Conclusión
Quizás, después de
tantos siglos de cristianismo,
debamos volver a
afirmar que lo más importante,
lo único importante
es creer en Jesús, es decir,
ser sus discípulos. Vivir
en comunión con Jesús
y dejarse transformar por
su amor. De esta manera
podremos vivir en plenitud,
trascender lo efímero,
lo superficial y descartable
que propone la sociedad
consumista de hoy. Descubrir
las cosas esenciales
de la vida, aquello que
nos humaniza y dignifica.
Si nos dejamos alimentar
por Jesús, pan de vida, podremos
disfrutar de la vida
plena, no como observadores
que “balconean”
la vida, sino como protagonistas
que
cons t ruyen
el Reino de
Dios y lo hacen
presente
en lo cotidiano.