Doña Marta y Emilio, los últimos pobladores de Tuama
Pasando Manogasta, hacia su izquierda, un camino enripiado de 1,3 kilómetro rompe la monotonía del monte y las pocas casas ubicadas al costado de la ruta.
Al final del camino se levantan su antiquísima capilla y su cementerio, rodeados por la agreste vegetación, los árboles de más de una centuria, donde apenas dos familias sobreviven hoy en medio del implacable silencio del sitio.
Son los testigos de que junto con las historias de hechiceros y brujos, tanto Tuama como Manogasta también fueron escenarios de la fe católica. Doña Marta Concha y Emilio Silva son los dos únicos pobladores del antiquísimo pueblo y su cementerio, que guarda bajo los actuales modos de enterramiento, tumbas aborígenes, citadas por numerosos historiadores. Las pocas familias que vivieron en la zona fallecieron, otras se retiraron del lugar, buscando nuevas oportunidades de progreso en zonas más urbanizadas o bien en los parajes vecinos.
"Soy nacida y criada en Tuama. Aquí donde vivo estuvieron antes mis padres", cuenta doña Marta, orgullosa de su lugar de origen, quien a diario recibe la visita de sus hijos, y aunque la soledad golpee todos los días la puerta de su vida, la crianza de su "majadita de cabras, chanchos y gallinas" hacen feliz su paso por este mundo. Viviendo a escasos metros del camposanto, la curiosidad periodística obliga la pregunta ineludible de posibles apariciones en medio del sepulcral silencio del sitio.
"¡Espantan, si. Claro! Una vez vi una luz cerca del cementerio que después desapareció. Pensábamos que era la luz de un avión", comenta, en relación a una anécdota que recuerda cuando recibió la visita de un vecino.
"Las cabras de Emilio disparaban cuando apareció esa luz. Seguimos por el camino y vimos que era una luz roja que posaba cerca de la casa de Don Emilio, más grande que el fondo del brasero. Era de gran altura. Después vi esa luz en el centro del camino. ¿Qué habrá sido? No sé…", narra y deja en suspenso aquel suceso que perturbó por unos minutos su parsimoniosa vida.
"Antes se contaba de las luces que aparecían en el cementerio, y que cuando una la observaba con insistencia, desaparecían. Que yo recuerde, una sola vez lo vi, pero gracias a Dios, nunca me pasó nada", confiesa Marta.