Con un puñado de bolitas también se puede ser completamente feliz en Santiago
La inocencia no parece tener edad en este rincón de la geografía provincial. San Nicolás, en el departamento Banda, fue el impensado escenario de una batalla épica.
Texto: Marcelo Alfaro
Fotos: Jorge Llugdar
El griterío y las carcajadas se vuelven contagiosos en este patio que quedó perfecto para jugar a las bolitas después de la lluvia de la noche anterior. La tierra quedó como apisonada y ese color marrón grisáceo característico que le aporta la humedad parece un lienzo aterciopelado atravesado por los surcos que dejó el agua al escurrirse por la pendiente natural.
Diez primos. Diez se juntaron en el patio de los Herrera (en realidad, en San Nicolás, en el interior del departamento Banda, casi todos son Herrera e integran la misma familia). No se pusieron de acuerdo. Sólo sucedió. Diez que jugaron, más otros tantos que miraban y reían.
Habitualmente, los más chicos comparten juegos bajo las refrescantes sombras de centenarios algarrobos y quebrachos de sus casas. Pero en esta ocasión, la misma lluvia que les alisó la cancha les impidió trabajar a los más grandes, hachando árboles o quemando carbón. Ahora el rango de edades se extiende desde los tres hasta más allá de los treinta años. Es más, una tupida barba, al mejor estilo revolucionario cubano, se cuela entre los imberbes rostros de primos, hermanos, tíos, sobrinos y amigos.
Sistema
Compiten con sus propias reglas. Los primos "encierran" diez bolitas en un triángulo dibujado en la tierra, la "parada", el botín que se alzarán los de mayor destreza. Primero se paran a unos cinco metros de distancia y, por turnos, arrojan sus "teras" (bolita con la que juega cada uno de ellos, para golpear a las demás) contra la "parada". Algunas se desvían mucho, otras saltan un microsegundo antes de impactar a la deseada decena. Muy pocas le aciertan al objetivo. Estallan las duras esferas vidriosas unas contra otras y estallan los primos en gritos.
Luego, juegan los dueños de las bolitas que pasaron de largo, desde la más alejada. Uno a uno las van lanzando contra el botín. En algunos casos impactan a las de sus contrincantes para alejarlas más aún.
Entre risotadas y burlas, poco habituados a las cámaras registrando las extrañas poses que asumen, hincan una rondilla en tierra, apoyan codo y antebrazo del mismo lado, bajan la cabeza con agilidad felina para apuntar, tensan todos los músculos de los dedos y lanzan la "tera" atrapada con el pulgar y el mayor, como con una resortera.
Vestido de grafa color azul gastado, el barbado primo va impactando de a cuatro, de a tres hasta no dejar ni una bolita en la "parada" y se consagrada ganador de la vuelta. Hasta tiene asistentes que lo ayudan a ir levantando sus trofeos."Japonesas", "lecheritas", "verdecitas", "azules", conforman su acrecentado tesoro.
Entre chanzas y reclamos que nadie escucha (la ley del más fuerte prevalece), todos los primos vuelven a armar la "parada" y la ronda va de nuevo.
¿Videojuegos? ¿PS4? ¿Fifa 5000? No, señor. Así se mantienen vivos los juegos de antes, en el interior santiagueño.