"Araujo lo hincó con la sevillana y Julio se tomó el pecho lleno de sangre"
Los restos fueron sepultados en el cementerio La Misericordia. En tanto, la familia del homicida abandonó la casa. Según la autopsia, Araujo perforó el corazón a Arias y la muerte fue por hemorragia.
"Julio se acercó a Araujo mientras el tipo estaba sentado en la canchita. Mi amigo le dio dos o tres trompadas. El otro se paró y le mandó con el cortaplumas y escapó. Ahí se quedó Julio mirándome. Le caía sangre y me dijo: ‘Mirá lo que me ha hecho’"...
Así lo contó el exclusiva a EL LIBERAL, "Gringo", un testigo presencial del hecho, veinticuatro horas después del asesinato de Julio Arias.
"Los dos íbamos a buscar herramientas porque Julio era albañil-pintor. Caminábamos por la San Juan y doblamos en Tucumán. Pasamos por una grutita y llegamos a una canchita en un baldío conocido como "Los Toi".
Añadió: "Julio siguió caminando solo. Como a 20 metros vi a alguien sentado. Era Araujo. Alcancé a ver que Julio le dio dos o tres trompadas".
El otro sujeto reaccionó. "Ahí nomás, Araujo sacó una sevillana o cortaplumas y le mandó un tajazo, lo hincó. Y salió corriendo. Lo perseguí, pero escapó por la San Juan".
"Gringo" profundizó. "Yo no entendía nada porque fue todo muy rápido. Me acerqué y Julio se tocaba el corazón. ‘Mirá lo que me ha hecho’, me dijo", subrayó el amigo.
"Lo tomé del cuerpo. Lo ayudé a caminar, pero se desplomó como a los 50 metros. Pasó alguien en una motito y se la pedí. Ahí fuimos al Centro de salud de La Banda, pero ya se murió", resaltó "Gringo".
Hemorragia fatal
La herida había perforado el corazón y la muerte de Arias fue por hemorragia, según las conclusiones de la autopsia.
Los restos de la víctima fueron velados en la casa familiar, en calle Manuel Elordi, y ayer cerca de las 17 fueron inhumados en el cementerio La Misericordia.
La ceremonia del último adiós tuvo de ingrediente predominante una sutil vigilancia policial.
Desde las 13 del sábado, la casa de los Arias y la de los Araujo, frente a frente, se convirtieron en caja de resonancia de emociones diametralmente opuestas.
Por un lado, la congoja ante la irremediable pérdida, pero a la vez una inocultable sed de venganza.