ANÉCDOTAS DE TAXI | La lección de un contador
Una historia conmovedora con una valiosísima enseñanza.
No me llamó la atención la actitud solidaria del joven, sino que lo vi hacerla varias veces, a la misma persona y en la misma esquina. El muchacho vestido de traje, hace (o ayuda) a cruzar la calle a un hombre que no es anciano, pero tiene una gran dificultad para caminar.
Llovía persistentemente, como pocas veces sucede en mi Santiago, y ya hacía más de dos semanas.
Entre la garúa, diviso al muchacho en cuestión hacerme señas desde detrás de un árbol, que le servía de refugio. Subió en el asiento trasero, algo raro en mi pago cuando se viaja solo.
Tenía una insignia en el saco, pero por el revés que te devuelve el espejo no lo pude deletrear. Las carpetas o expedientes que cargaba, me decían que se trataba de algún profesional.
-¡Caballero, buenos días! - le digo, poniendo cara de paradoja.
-¿Te parece? - me responde, con una cancha de amigo, y continúa - De bol… no saqué el paraguas. Llevame por favor al Consejo de Ciencias Económicas.
-Sí, con gusto.
"La intriga mata al gato", pero a nosotros ¡no!. Los taxistas y remiseros somos curiosos. Muy chusmas. Martas, metidos, meteretes, michis, etc. Tenía que encontrar la manera de preguntarle quién era, o qué era él, del hombre que ayudaba.
- ¿No salió con su papá hoy? -le pregunto.
- ¿Con mi viejo? No. No vive en Santiago.
- Ah... Pensé que era su padre.
- ¿Quién?
- El hombrecito que ayudó a cruzar la avenida.
- Ah... ¡Don Sandoval! No es mi papá, es el canillita de la esquina, y toda mi primaria me hizo cruzar él a mí.
El reloj marcaba $38,75. El contador me pagó treinta y ocho pesos con setenta y cinco centavos. Y por la lección de vida no me cobró un mango.
Por David Bukret.